29 jun 2005

cleptómana

la escritora entra en la tienda fina, toca telas que desconoce, entra el probador. al probarse la pollera violeta con puntitos y la blusa negra, ella misma se deslumbra. Es el traje para impresionar, decide. La alarma es una delgada etiqueta cosida a la ropa que debiera ser cortada con una tijera. No se le ocurre con qué rasgar esa tela gruesa, registrar los bolsillos del bolso y aparece un encendedor. Cuidando no quemar el traje ni despedir olor a plástico quemado, logra separar la alarma de las prendas.
Con su nuevo tesoro en la mochila, llega hasta el Central Park. Se sienta frente a un lago descalza, contesta el teléfono, enciende un porro, fuma, ojea el libro de Reinaldo Arenas en la parte en que él se encuentra cortando caña en un campo de concentración. Fuma, cierra los ojos, toda la energía de la tierra fluye por sus venas. Recuerda las ruinas en Chiapas, recuerda a la gente. Por un minuto siente ganas de volver. Pasar una temporada larga en una comunidad zapatista. Escribir otro diario. El de entonces.

Atraviesa el parque, deja la naturaleza prefabricada por el hombre. Cómo explicaría a un niño zapatista que los gringos construyeron un parque con árboles y lagos en medio de la ciudad para que no fueran sólo edificios y espejos. Sin duda el traje robado en Ann Taylor, no sería parte de su equipaje en aquella nueva aventura. Entra al edificio de Warner. Va a la librería, mete dos libros en su bolso. The Sheltering Sky, de Bowles, para ella; uno de Bukowski para Patricia, la pintora. Baja al supermercado orgánico, toma dos bandejas de sushi, un té verde frío. Al salir por la caja mira hacia otro lado, con seguridad. Si se tiene que ir el mundo al carajo que se vaya.

8 jun 2005

Spring con MacDougal

Al paisaje conformado por blancos ricos y unos cuantos homeless que suelen dormir en la plazoleta, se suman ahora el ejército de camiones de la super producción cinematográfica, curiosos, los transeúntes de siempre soportando el calor decidido a hacerlos sudar. La mujer del tercero teclea con la ventana abierta.

6 jun 2005

grado cero

por la ventana los espasmos de la ciudad, que se derrama en aguacero. la escritora ha decidido cortar por lo sano, liberarse de todo, empezar una vida nueva, si es que ya no la viene empezando hace rato, al menos una nueva etapa de esa nueva nueva vida. se corta el cabello, una vez más, sin conseguir ese cambio radical que busca, y que al parecer en su caso, sólo puede darse de a poco. las fuerzas contradictorias en ella, el equilibrio y el desequilibrio. sólo que las consecuencias de la segunda conseguían sacarla de circulación, alterarle el mapa completamente, tanto, que había que comenzar un nuevo capítulo del libro, el último, se prometía a sí misma. cerrar -o intentar al menos- los círculos; si eso no era posible, empezar uno nuevo, trazarlo en un baile más desquiciado y certero que todos los anteriores, sobria, para siempre sobria, porque la última borrachera la había enfrentado a la vulnerabilidad del propio cuerpo algo estropeado. había que cuidarse, quererse, inventar nuevas y mejores estrategias de supervivencia, nuevas formas de narrar, nueva voz, nuevos ojos, nueva piel. porque aunque se enfermara en el camino, escribía para sanar y ése era el proceso, no el contrario. los espasmos de la ciudad confirmando la agitación interna. se sentía como la zona cero; no quedaba otra que construir un nuevo edificio. el anterior se había venido a pique.

2 jun 2005

graffiti


La escritora fracasada tiene resaca y prácticamente no es capaz de escribir hoy, garrapatea con dificultad estas líneas. Recuerda a Jane Bowles en sus cartas quejándose de las borracheras que la dejaban tres días sin escribir. Recuerda el despertar en el 3º de 321 broadway, en el cuarto desocupado, completamente desnuda, sin rastros de su ropa que encontró desparramada en la sala a un lado del sofá mientras se recordaba a sí misma bailando con un argentino en la fiesta de anoche en el 4º, tras haber divisado a P llegar, saludar a su nueva novia, fugarse juntos a la azotea, luego a la sala, desaparecer más tarde en el cuarto. Tras haber bebido incansablemente y esbozar de la misma forma un discurso en torno a la pérdida, a la ciudad de Nueva York, a la sensación de estar en una montaña rusa con la gloria de las subidas y el vértigo de las bajadas, sobre la importancia de aquellas bajadas, mientras el argentino con cara de intelectual la miraba coquetón intentando seducirla y ella hilaba su discurso con algunas lecturas. No recuerda si fue él quien le quitó la ropa. Recuerda haber escrito con rouge en el espejo del baño el verso de Gajaka sobre el amor al fracaso, y firmar como él. No recuerda nada más. Le duele todo.


las borracheras son como las borraduras?