8 may 2013

Pastelerías

No más pasteles por favor. Eran tan ricos, pero se disolvían rápido en la boca, la lengua, la garganta, los jugos gástricos. No duraban nada. Extraños sabores efervescentes y artificiosos colorantes, mágicas chispas se desprendían al lamerlos, mascarlos, engullirlos. Caían mal, mucha crema. Hacían mal, exceso de chocolate o de azúcar. Engordaban, desequilibraban. Pastelismo puro. Que sí, que no, que no sé. La guinda de la torta, un triángulo con formas humanas compitiendo por una figura que se deshacía en la boca. Esponjosos bizcochos agradables a la vista y a las papilas gustativas, vacíos por dentro eso sí, rellenos de aire. La delicia de devorarlos bocado a bocado y después sentir los efectos nocivos. Había de dejarlos, cerrar la boca, ponerse a dieta, optar por el celibato.

(septiembre 2012)