No más pasteles por favor. Eran tan ricos, pero se disolvían rápido en la boca, la lengua, la garganta, los jugos gástricos. No duraban nada. Extraños sabores efervescentes y artificiosos colorantes, mágicas chispas se desprendían al lamerlos, mascarlos, engullirlos. Caían mal, mucha crema. Hacían mal, exceso de chocolate o de azúcar. Engordaban, desequilibraban. Pastelismo puro. Que sí, que no, que no sé. La guinda de la torta, un triángulo con formas humanas compitiendo por una figura que se deshacía en la boca. Esponjosos bizcochos agradables a la vista y a las papilas gustativas, vacíos por dentro eso sí, rellenos de aire. La delicia de devorarlos bocado a bocado y después sentir los efectos nocivos. Había de dejarlos, cerrar la boca, ponerse a dieta, optar por el celibato.
(septiembre 2012)
8 may 2013
18 feb 2013
Lapsus
romper la loza inglesa el primer día, el jarrón de vidrio el segundo, sentir que piso sobre huevos y soy brusca o tal vez no me acostumbro a la nueva posición en que me sitúo, fuera de todo lo que solía ser pero no es.
6 feb 2013
Paila marina
La
cuchara derrama parte de su oleaje en el piso, el pantalón, el mantel, de puros
nervios, es verdad, ante la mirada inquisidora que vigila la mano cuchareando
entre mariscos en la paila de greda, llevándoselos a la boca con un resto de
caldo endemoniado, saboreándose no del caldo, ni de las lenguas sonrosadas o de
las conchas entreabiertas, de los ojos alargados que con disimulo miran y la
boca tiene hambre para devorar esa sopa, la otra y la mano entera del que come
y vigila de soslayo, su boca, que finge no tener tanto apetito de la carne
trémula que a su lado tiembla entre limones, pebres y sopa, esperando una
mascada.
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