9 dic 2001

divino anticristo

Santiago.-
Un hombre recorre diariamente las mismas calles céntricas llevando un carro de supermercado. Se hace llamar Divino Anticristo, y José Mariíta en un trato más cercano. Viste como mujer, con falda y pañuelo en la cabeza que anuda al cuello. Sin embargo, no se parece a ninguna otra mujer real o imaginaria de esta urbe al menos. Avanza obsesivamente delineando día tras día la misma ruta. En una esquina hace un aro para comerse un sándwich de carne cruda. Toma jugo en caja. Es pobre, pero tiene cierta dignidad de homeless y loco. No acepta limosnas ni regalos. Sólo monedas; a cambio de alguno de los libros que escribe, mecanografía y fotocopia.

foto: Isolda Montecinos



“Los débiles límites que en estos edificios pueden separar a la aventura humorística de la tragedia”*
Suelo encontrarlo en la calles Portugal o Lastarria, instalado en su puesto ambulante, una manta sobre la cual se aprecian objetos que recoge de la basura y pone a la venta. La efímera tienda se asemeja más bien a una acción de arte callejera que nunca es la misma y que vincula cosas sin ninguna relación entre sí. Ropas, cajas de remedio, muñecas, zapatos, textos.

No sé por qué en la entrevista las preguntas las hace él. Con las manos tiznadas de negro revisa los sacos de papa, que utiliza como compartimentos para guardar sus pertenencias. En uno, al menos una docena de carpetas albergan los escritos que Diosísimo le dicta. Una forma de publicidad para quien se define como secretario y agente oficial de Él. O la urgente necesidad de comunicar.

“La interpretación es compleja pero necesaria. El lenguaje se complica se hace exigente en grado superlativo. Estoy histérico porque estoy vestido de mujercita”*
Desde su rostro lo que no soy me hace un guiño. Y no voy a decir que su mejor texto, el más efectivo, es su propio cuerpo. No voy a contar de su risa y honestidad, su desenfado. Ni cómo nos mostró las piernas de mujer, el vientre de embarazada, el culo que enseñó desvergonzadamente desnudo, su verborrea ilimitada, su olor y su mugre, su familia (“No quiero que digan nada de mi familia”).

En los escritos está su vida entera. Sólo hay que saber leerla. Los datos “objetivos” o conjeturados: el instituto de contabilidad, el padre, la madre, los hermanos, el incendio, la necesidad de vestir como mujer, la obsesión sexual. Los actos hablan por sí solos. En dos días veo en él más signos de humanidad que en quienes lo tildan de loco, lo excluyen o lo olvidan. La carne cruda recogida en la basura de un restorán es para un perro, a una niña le da una muñeca, alimenta a un gato. Aprovecha de hablar incansablemente. No son muchas las ocasiones, y quizás por lo mismo la escritura resulta cada vez más imprescindible.

“Son tontísimos si me tienen envidia porque estos escritos me los dicta Diosísimo. No sé hablar castellano”*
Entre retazos de historias bíblicas, el relato del Chile de los últimos años se va confundiendo con la historia universal, para volver a aquellas cuantas cuadras en que nos encontramos. Su vestimenta tiene explicación. Es el primer hombre mujer, como estaba escrito que sería el Anticristo, pero “la Biblia fue censurada porque la escribió un misógino”. No tiene reparos en hablar de su vida anterior. “Yo antes hacía negocitos, era estudiante. Iba a entrar a estudiar paracaidismo. En la universidad estudié literatura, después en la Chile (Universidad de Chile) estudié computación. Hice la práctica y nunca más. El instituto que le dejó mi abuelo en herencia a mi padrecito. Mi padrecito se volvió loco y no pagaba arriendo hace cuatro meses”. Reconoce que hubo un incendio, tal vez entonces vino la “miserísima”, en la que está hace 18 años.

SIN TELE NI CASA NI NADA
Son las 21.30 de un jueves cualquiera. El sonido de las ruedas del carro lo delata. Lleva un chal blanco sobre los hombros. Se detiene ante cada basurero, mete casi medio cuerpo dentro. Saca las bolsas y las revisa hasta que encuentra algo. Sin asco. De cerca lo sigue el camión de la basura. Se da prisa para ganarle. Mientras en una esquina lo espío, encuentro a un antiguo compañero de universidad que lo trató hace un buen tiempo, cuando vestía como hombre, se presentaba limpio, cabellos rubios y largos, más delgado, buena ropa y parecía un príncipe ruso. La primera vez que mi amigo lo vio fue por el 83 en la Feria del Libro del parque Forestal. “Vi una mesa con una vela y un tipo extraño sentado en él”, dice. “Sentí algo parecido al miedo, pero la curiosidad me llevó a acercarme”. Eran cartas al Papa firmadas por el Anticristo.

Años después, ya en la Escuela de Periodismo, volvió a encontrarlo. Por entonces, 87’ - 88’, circulaba en la antigua Facultad de Ciencias Sociales de la Chile. Algunos creían que estudiaba ahí, pero él se presentaba como técnico en computación. Estaba siempre. En las tomas, almorzando en el casino. “Un día tuvimos la ocurrencia de contratarlo como comentarista de cine en la Revista El Akrata (un pasquín de estudiantes). Le gustaba el cine y como siempre estaba pidiendo que lo invitaran, nosotros le pagábamos la entrada”. Cargaba a todos lados una enciclopedia viejísima de 1920; el comentario consistía en una palabra encontrada al azar. Lo increíble era que en los significados secundarios iba apareciendo una conexión con la película. Le quedaban buenos. Lo difícil era andar con él. Tiraba una moneda al aire antes de cualquier decisión; era lo que Dios quería que hiciera. A veces no podía cruzar la calle y tenía que devolverse.

Hasta que desapareció por un tiempo.

Tras algunas pesquisas mi amigo supo detalles de la pérdida y me los hizo llegar vía mail.

“La familia Pizarro es bastante curiosa. Tiene 4 hijos. Lo primero que ocurrió es que la madre se comenzó a rayar cuando los cabros eran chicos. No les iba mal. Tenían un instituto de contabilidad y secretariado en el centro que los mantenía a todos. Pero ante el rayón de su esposa el padre se anduvo como medio olvidando del instituto por ahí cerca del 80. Entonces el segundo de los cuatro hermanos se dedicó a administrarlo tiempo completo.
A los cuantos años José sufrió una profunda depresión, comenzó a abandonar el instituto, a rayar cada vez más con la Biblia. Le mandaba cartas a la conferencia episcopal, al vaticano, sobre el enigma del anticristo. En 1985 ocurrió un incendio que determinó varios cambios en su vida. Se quemó el instituto (algunos dicen que fue la madre que lo quemó, que ya vagaba en la calle). La cosa es que quedaron sólo cenizas. José se fue a dormir a la calle. En ese período fue el crítico de cine de El Akrata. A los años empezó a vestirse de mujer y aislarse más. A rechazar a sus hermanos”.


foto: Isolda Montecinos


Nota: Tiempo después, gracias a la gestión de este compañero, tuve una entrevista con el hermano de Anticristo. Desde pequeño José se caracterizó por conductas “excéntricas”. Nadie fue capaz de darse cuenta que “se estaba yendo para otro lado”. Su inteligencia era impresionante. Efectivamente estudió literatura y computación, también estuvo en los bomberos, “pero lo echaron por excéntrico”. Se hizo cargo del instituto de contabilidad, patrimonio familiar que se derrumbó con el terremoto del 85’. Después se quemó. Anticristo “regaló todas sus huevás, rompió todas las fotos; dejó la cagada”.
La historia familiar es “un enredo”, con peleas y tensiones. Antes del derrumbe, el año 82’, José le anunció a su hermano que era el Anticristo. Pese a esto, nunca fue al psiquiatra ni tiene diagnóstico. El tema “salía a colación en las peleas familiares”.
Luego del derrumbe, José y su padre se fueron donde el abuelo. Más tarde, el primero quedó en la calle. De la madre poco se habla, pero el hermano cree que por ese lado “viene el desorden genético”.
Para el 85’ Ricardo estaba en otro proceso, formando su propia familia, “alejado de todos los conflictos, del desastre…”. Los dos hermanos nunca más se vieron hasta hace unos años. Siempre tuvo noticias de José. Era un tema que lo complicaba, tenía un “desorden anímico” al respecto. Que El Anticristo saliera en la tele lo hizo decidirse y “asumir”. Lo fue a ver a la calle y el hermano le dijo “Ricardo”; conversaron, se rieron como cuando eran niños. La madre una vez fue a verlo, pero derivó en un gran escándalo callejero; Ricardo le pidió que no fuera. El hijo también está en contacto y se opone a que lo internen, cosa que al parecer nunca ha ocurrido. Ricardo accedió a la entrevista porque cree que puede ayudar a “recuperarlo”.

Difícil. Como él mismo nota, Anticristo “ya es parte del paisaje”. Un paisaje que recorro una y otra vez, una y otra vez. Atardece. Una voz me dice que es hora de recoger la manta. Embalo como puedo las muñecas, relojes, revistas, tuercas, frascos. Al coger el carro, camino una ruta nunca antes trazada, pero que mis pies van recordando.

“Es inevitable pensar que de algún modo este espectáculo alucinante y ridículo expresa el espíritu subterráneo y transgresor”*

*(Fragmentos de los escritos del Divino Anticristo)

Postdata: A quienes publiquen cualquier fragmento de esta entrevista o las fotos, favor de respetar la autoría. Gracias.