Lo que dijeron los policías al llevarnos a mí y a la chica rubia que no habló nada en todo el camino no era verdad, al menos para mí. La rubia vestida de negro comenzaba a soltarse con las otras detenidas, a contarles que era gerente de una empresa -lo que no parecía-, cuando gritaron su nombre poco antes del mediodía. En cambio yo tuve que esperar mucho tiempo más.
Cuando por la noche -no sé por qué elegían horas extrañas- algún funcionario venía y gritaba el nombre de alguna, la aludida debía responder fecha de nacimiento, teléfono, dirección y nivel de estudios. Para la mayoría eran preguntas complicadas. Verias de ellas vivían en shelters, refugios para personas sin casa. Daban el fono de algún amigo. La rubia que vino conmigo de la misma estación de policía dio dos direcciones en dos ciudades distintas y dijo vivir sola en ambas. Sospechoso.
Mi opción fue decir toda la verdad, aunque eso implicara quedar al descubierto con mis amigos. Pasamos todo el día en la celda cada vez más putrefacta, comiendo esos sandwichs de mantequilla de maní falsa. De pronto comenzaron a interesame las historias que escuchaba. Hablé un poco con una chica latina que había llegado por golpear a su hermana. Una señora que aconsejaba a todas se jactaba de nunca haber trabajado en su vida, ahora ciudaba a sus nietas. La habían pillado con un poco de droga. En una de esas gritaron mi nombre.
2 comentarios:
francamente Elisa... tener que ir tan lejos para conocer lo que es caer en cana... no será mucha pretensión? ¿o la mierda chilena es muy poco glamorosa para tu culito?
estás en casa? se te pasó la tontera? vas a dar señales de vida?
tu albacea
me gustan las historias de lass celdas de mujeres en NY.
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