Era extraño. Todas querían saber qué habías hecho. "Robar en un supermercado", les dije. Pedían detalles. "Cremas para el rostro". Entonces me miraban con cara de reprobación. No lo hagas más, dijo la chica que había golpeado a su hermana. Una vez fuera del calabozo y mientras hacíamos hora en otra celda para esperar por nuestros abogados y el espectáculo del juicio, dos mujeres me contaron que en realidad los puños de la puertorriqueña habían deformado el rostro de su hermana. Ambas concidieron en reprobar mi accionar, más aún cuando les confesé que era la segunda vez que me detenían por la misma causa. A una de ellas la pillaron infraganti con yerba, a la otra saliendo de casa del dealer. Confiaban en que la sacarían barata.
Otra chica que hablaba español contó que se estaba echando la culpa por la tarjeta de crédito sustraída por el hermano; "él tiene prontuario y yo no", fue la explicación. También ella insistió en decirme que no debía robar más. Finalmente, tras el turno con los abogados, yo fui la única a la que dijeron que había cometido un delito menor, tan ínfimo como gritar en la calle o provocar algún desorden público. Ellas se jodieron. De hecho, la de los golpes aún estaba en el calabozo putrefacto y probablemente quedaría detenida en seguida. La de la yerba debía pagar una multa de 750 dólares. Las otras tendrían que volver nuevamente a arreglar sus casos. A mí la abogada me propuso no aceptar el cargo, cosa de no quedar con prontuario. De cualquier forma, a los seis meses el caso se borraba, por eso ésta era en realidad mi primera vez.
Salí al juicio y vi un rostro conocido entre el público. Sonreí. Supe que él me quería tal como soy, con mi deseo de traspasar ciertas fronteras a cuestas. Aún tuve que esperar mi turno de ser llamada. Oí la historia de un hombre que se brincaba en el subway, también latino, y que solía ser detenido por lo mismo. Las mujeres de China eran acusadas de vender fruta en la calle. Un hombre corría el riesgo de perder su casa. En fin, recordé las palabras que la mujer que nunca había trabajado y que ahora cuidaba a sus nietos mientras traficaba le había dedicado a la chica rubia: "aquí no se interesan por gente como tú, con trabajo estable, nos quieren a nosotros". Se me vinieron a la mente los cuerpos delgados de la jóvenes que dormían abrazadas en el suelo del calabozo arropadas con las prendas que la joven huérfana les dejó de regalo. De las primeras nunca supe por qué habían llegado, tal vez prostitución o vagancia. La huérfana había caído por fumar cigarros en su última morada transitoria, un refugio para homeless. Antes pasó cuatro noches en el subway, adonde probablemente volvería al salir. Sus padres adoptivos la echaron de casa a los 17 años -tenía 19 y era primeriza-, luego de sacar todo lo que pudieron al Estado. "Tenían mucho dinero", aseguraba la joven, al tiempo que iba sacando de su billetera sus tarjetas de indigente y de seguridad social. Su novio ya había salido libre y no había tenido la gentileza de esperarla. Ella estaba sola en el mundo, al igual que la mayor parte de los detenidos.
Cuando por fin me llamaron escuché los cargos, los rechacé y la jueza me dijo que debía hacer siete horas de trabajo voluntario. Tenía frío y estaba sucia. Él esperaba, feliz de conducirme de regreso a la libertad. Se habia encargado de cancelar mis compromisos y de traer un poco de yerba para que olvidara el mal paso.
1 comentario:
que loca eres
nada en contra de lo que hagas pero esta ciudad tiene ojos por todos lados y pueden ser muy hijos de puta, cuidate de ellos, no les des razones para odiar cada vez mas a los imigrantes.
cuando vuelvas llamame pa contarte como hacerla sin que te pillen..jajajaja
cuando vuelves?
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