7 mar 2007
"preciosa"
Hay quienes tenemos una tendencia a los excesos: comida, sexo, drogas, alcohol. A veces echo a mi boca más de lo necesario y mi cuerpo acumula pliegues, hago trampas cada vez que se puede, también solía beber más de lo debido y coleccionaba apagones en la memoria. Ahora de vez en cuando caigo en tentaciones más banales: una prenda de vestir, cosméticos, zapatos, libros. Tenía una entrada para la ópera y no quería, no podía, llegar tarde. Pero sobraban unos minutillos y decidí pasar por la tienda que me permitía comer gratis y obtener algunas cremas para el rostro a la vez. Craso error. Me emocioné y puse en el bolso más de lo debido. Al momento de sentarme a comer alguien tocó mi hombro. Alcancé a saborear una cucharada antes de oír la pregunta: dónde está su recibo? Me temo que no lo tengo, respondí. Y entonces vino algo que ya me era conocido: "acompáñeme, por favor". Comenzaron por pedirme que sacara todo; de lo contrario llamarían a la policía. Las cremas iban apareciendo desde recónditos rincones de mi bolso y bolsillos, mientras observaba las polaroids de otros compañeros caídos en acción. Me fijé en la carpeta en la que anotaron minuciosamente mis datos: "ficha criminal", decía. En eso estaba, tratando de poner cara de avergonzada y diciendo que podía pagar todo, cuando llegó la policía. Uffff. Yo conocía el paso siguiente. Esposada tuve que sortear miradas en compañía de los dos uniformados que trataban de darme lecciones de moral. "Ustedes por su trabajo deben saberlo mejor que yo: somos humanos y como tales no siempre hacemos lo correcto", les dije. Pensé que sólo serían unas horas en la estación de policía y eso me infundió ánimos, pero me equivocaba. La noche más larga de mi vida transcurrió en una celda de Downtown en pleno barrio chino, en un juzgado que más bien parecía una cárcel gigantesca. Mi abriguito verde y los 100 dólares en el bolsillo me mantuvieron alerta todo la noche. Eso y la frialdad del suelo de cemento, en el que las chicas dormían a pierna suelta como si se tratara de la mejor de las camas. Deduje que estaban acostumbradas a esos trotes. En cuanto se desocupó un pedazo de banca me trasladé hasta allá y puede dormir a pesar de los ronquidos de la colega del rincón que toda la noche se sonaba los mocos con la mano. El asco fue una de las primeras cosas en ser eliminadas, olí la mierda de cada una de ellas, las vi comer como ratas. Por suerte no comprendí cuando la chica de los mocos gritó que quería cortar a alguien.
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4 comentarios:
Oh Lisa.
Oh Lisa.
vaya historia.. por lo menos como la imaginé
ay ay ay. no me habías contado!! quien fue a buscar tus pertenencias? hiciste tu llamada de rigor?
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