6 jun 2006

mil y una noches

ahora que ya no está para contarme sus historias, disfruto cada noche de mi herencia, un libro de tapas rojas en que los relatos se tejen unos con otros, interminables. entonces en sueños vuelvo a ser la pequeña niña acunada por su voz que solía llevarme hacia un mundo extraordinario. esa voz que aún en el lecho de muerte cantó por última vez ayayayay canta y no llores sólo para darme ánimo.

3 comentarios:

Antonio Mundaca dijo...

quien sea, fue un cielito lindo el que inspiro mil y una noches

Anónimo dijo...

Tenía 6 años cuando llegaba de la escuela a las seis y media de la tarde. Tomaba once sentado a los pies de la cama de mis padres. Solo. Oscurecía. La luz azul de la televisión me daba en la cara cuando, a veces, muy de vez en cuando, aparecía Sofía de Sankukai. No hablaba, únicamente tocaba un piano blanco como ella. Por mientras yo comía el pan tostado donde en ocasiones dejaba mis dientes.
Federico

Alina Reyes dijo...

la sutileza de ese recuerdo se parece a unos relatos breves de Kawabata que leía hoy: historias en la palma de una mano