Pero igual una se queda metida preguntándose qué tan real es La Habana de Pedro Juan y va encontrando pistas -la foto del escritor calvo y con cara de pervertido tirando de un g string en medio de un mercado, las fotos desde su azotea con el malecón abajo-, y la curiosidad me obliga a preguntar a cada cubano que encuentro al paso. El novelista que antes vivió en Rusia y después en México pone cara de escepticismo o de envidia -un escritor cubano al que le va tan bien sin tener que dejar la isla es envidiable-, y lo critica escribir siempre lo mismo; que vive en Cuba, eso sí, y se ahorra más comentarios. El librero de la librería en español, más generoso en palabras, lo tilda de "vulgar". Ambos, sin embargo han leído sus libros, no sólo la Trilogía sucia, "el mejor" a juicio del novelista. El librero dice que sí, que no está exagerando cuando pone a todo el mundo prostituyéndose o vendiendo lo que sea, robando cualquier cosa. Y me cuenta las otras historias, de los que se fueron. "Llegan y se vienen a quejar de que aquí más encima hay que trabajar y ni zingar podemos, ya que nos nos cotizan si no tenemos dinero", dice él que le contaban. Que es real esa Habana plagada de gente follando, fumando, tomando ron y café sin saber qué pasará al día siguiente, qué comerán, qué venderán. Y sin embargo, en medio de tanta decadencia, el tipo logra mostrar algo de ese instinto de supervivencia, algo de esa adrenalina que hace casi envidiables sus aventuras, en comparación con el mundo tan planificado del capitalismo salvaje.
Y de pronto sé lo que me hizo falta al caminar por el viejo San Juan. Esa incertidumbre de no saber qué pasará a la vuelta de la esquina, esos edificios tan limpiecitos y listos para la foto en vez de estar plagados de chiquillos, viejas chismosas y gente pensando qué hacer, en vez de ser abordada por cientos de niños pidiéndome ir a su casa, en vez de encontrar algún tipo que me siga en la calle sólo para tomarse una cerveza conmigo. Y pienso que pedrojuan, como me decía el librero, vive bien en La Habana con los dólares que le dejan las ventas en el extranjero de sus libros prohibidos en Cuba, a pesar del recorte que le hace el Estado. Después de todo contar cosas tan íntimas, tan cochinas, tan perversas, también es como salir a jinetear un poco por el malecón.
1 comentario:
"Y de pronto sé lo que me hizo falta al caminar por el viejo San Juan. Esa incertidumbre de no saber qué pasará a la vuelta de la esquina, esos edificios tan limpiecitos y listos para la foto en vez de estar plagados de chiquillos, viejas chismosas y gente pensando qué hacer, en vez de ser abordada por cientos de niños pidiéndome ir a su casa, en vez de encontrar algún tipo que me siga en la calle sólo para tomarse una cerveza conmigo."
ya entendí. me convenciste.
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